ANIMA SOLA
La leyenda que corre de boca en boca no se parece en nada a
la citada en la Sagrada Escritura en relación con la "sed de Cristo".
Dicen que en Jerusalén tenían mujeres destinadas a darles de
beber a los que sacrificaban en la cruz. La tarde del Viernes Santo le tocó
subir al Calvario a una joven: Celestina Abnegada. Del ánfora dio a beber a
Dimas y a Gesta, los dos ladrones que acompañaban a Jesús. Al salvador lo
despreció y por eso Él la condenó a sufrir la sed y el calor constante de las
llamas del Purgatorio.
EL CARRAO
El primero, ósea "Carrao", era un hombre de esos
llaneros que nunca conocen el miedo y sienten placer desafiando el peligro;
hombre resuelto, amigo de los caminos en las noches oscuras, gran baquiano
(experto) de la llanura y extraordinario jinete, ningún caballo había logrado
quitárselo de los lomos por muy bravo que fuera, como nunca un toro bravo había
logrado tocarlo con sus cuernos. El Carrao era feliz andando en plenas
tormentas nocturnas, no le importaba que su caballo fuera salvaje, más hombre
se sentía, era tanta la confianza que se tenía que sabía que nunca se caería de
un caballo, pues sus piernas habían nacido para domar caballos fieros.
Mayalito, su inseparable compañero y amigo, por el contrario
era su polo opuesto; un hombre aplomado, juicioso y talentoso en todos sus
aspectos, fiel sabedor de que con la naturaleza llanera no se puede jugar
demasiado por que es severa, claro que sin dejar eso así, de ser un hombre de
gran coraje como todo buen llanero. Ese era Mayalito, el que hizo un inventario
de advertencias a su compañero, las cuales nunca fueron atendidas ni
obedecidas, pues la rebeldía y el coraje del Carrao constituían un patrimonio
muy suyo, del cual no era fácil olvidarse de buenas a primeras porque con esas
características había nacido.
Una tarde, cuando el sol palidecía y la noche comenzaba a
imponer su color sobre la llanura, se advertía en el horizonte cercano una
horrible tempestad que hacía pensar que la noche iba a ser tormentosa, se fue
al mangón y amarró el caballo que estaba trochando, lo trajo al corral, lo
ensilló y le pegó la margalla, cagalerióla soga y montándose en el brioso caballo
se despidió de Mayalito. Abrió la puerta de trancas del corral y en medio de
candelosos rayos se fue alejando en la oscuridad de la sabana, esta vez... para
nunca regresar.
"Mayalito", al ver que su amigo y compañero no
regresó, se dio la tarea de buscarlo en todas las noches oscuras por los
distintos rumbos de las comunales sabanas, especialmente por las partes que
sabía que al "Carrao" le gustaba frecuentar.
Fueron muchas las noches que Mayalito anduvo gritando
incesantemente a su compañero "Carrao", "Carraooo",
escuchando solo la respuesta producida por el eco de su voz. Una noche,
Mayalito acortaba una travesía en medio de una tormenta de rayos, a la luz de
un relámpago vió que algo brillo a los pies de su caballo, se apeó e inspeccionó
el objeto, se sorprendió cuando lo identificó pues se trataba de las zapatas
del freno metálico del apero de "Carrao", las alzó y las llevó
consigo.
Desde entonces puso énfasis en la búsqueda de su compañero,
pensó que algo le había ocurrido y que no estaría muy lejos de allí; continuó
su tarea noche tras noche, hasta que Mayalito tampoco regresó nunca más al
hogar, se lo tragó la sabana junto con Carrao. Mayalito se convirtió en un ave
que vuela en las noches oscuras produciendo un canto: Carraoooo, carraooo.
A esta ave se le conoce en el llano con el nombre de Carrao.
EL CAZADOR
En aquel caserío tenían una capilla donde celebraban las
ceremonias más solemnes del calendario religioso. Tenía unas ventanas bajas y
anchas que dejaban ver el panorama y para que el aire fuera el purificador del
ambiente en las grandes festividades.
Llegó la celebración de la Semana Santa. Los fieles
apretujados llenaban la capilla, oyendo con atención el sermón de "las
siete palabras". Los feligreses estaban conmovidos. Reinaba el silencio...
apenas se percibían los sollozos de los pecadores arrepentidos y los golpes de
pecho.
Allí estaba el cazador, el actitud reverente, uniendo sus
plegarias a las del Ministro de Dios, que en elocución persuasiva y laudatoria
hacía inclinar las cabezas respetuosamente.
De pronto, como tentación satánica, entró un airecillo que
le hizo levantar la cabeza y mirar hacia la ventana. Por ella vio, pastando en
el prado, un venado manso y hermoso. Que maravilla! Esto era como un regalo del
cielo! estaba a su alcance... a pocos pasos de distancia. Rápido salió por entre
la multitud en dirección a su cabaña.
Fue tanta la emocIón del hallazgo que no se acordó del
momento grandioso que significa para los cristianos el día de Viernes Santo.
Tampoco se fijó en el momento sagrado de la pasión de Cristo. Salió con su
escopeta y su perro en busca de la presa. Ya el animal había avanzado unas
cuadras hacia el manantial. El cervatillo al verse acosado paró las orejas y se
quedó inmóvil, como esperando la actitud del hombre. Este al verlo plantado le
disparó, pero en ese mismo instante el animal huyó.
Perro y amo siguieron las pistas, lo alcanzaron y, al
dispararle de nuevo, se realizaba el mismo truco. El afiebrado cazador no medía
ni el tiempo, ni la distancia. Seguía... seguía... cruzaba llanos, montañas,
cañadas, colinas, despeñaderos, riscos y sierras. Llegó por fin a la montaña
cuando las tinieblas de la noche dominaban la tierra.
La montaña abrió sus fauces horripilantes..! El cazador
penetró... y nunca más volvió a salir de ella. Dicen que la montaña lo devoró.
EL DORADO
En el hermoso país de los Muiscas, hace mucho tiempo, todo
estaba listo para un acontecimiento: la coronación del nuevo Zipa, gobernador y
cacique.
La laguna de Guatavita, escenario natural y sagrado del
acontecimiento lucía su superficie tranquila y cristalina como una gigantesca
esmeralda, engastada entre hermosos cerros. Las laderas, con tupidos helechos,
mostraban botones dorados de chisacá, chusques trenzados como arcos triunfales,
sietecueros y fragantes moras. El digital, como un hermoso racimo de
campanitas, matizaba de morado el paisaje; el diente de león, cual frágil
burbuja, arrojaba al viento sus diminutos paracaídas para perpetuar el milagro
de su conservación y los abutilones de colores rojos y amarillos sumaban al
concierto de belleza natural, el diminuto y tornasolado colibrí, su comensal
permanente.
Gran agitación reinaba en Bacatá, vivienda del Zipa; la
población entera asistiría al singular acontecimiento en alborozada procesión
hasta la laguna sagrada portando relucientes joyas de oro, esmeraldas,
primorosas vasijas y mantas artísticamente tejidas, para ofrendar a Chibchacum,
su dios supremo, a la diosa de las aguas, Badini y a su nuevo soberano.
Las mujeres habían preparado con anticipación abundante
comida a base de doradas mazorcas y del vino extraído del fermento del maíz con
el que festejaban todos los acontecimientos principales de su vida. Todo sería
transportado en vasijas de diferentes formas y tamaños, elaboradas con
paciencia y esmero por los alfareros de Ráquira, Tinjacá, y Tocancipá y también
en cestos de palma tejida.
Por fin, llegó el gran día. El joven heredero acompañado de
su séquito, compuesto por sacerdotes, guerreros y nobleza, encabezaba la
procesión. Sereno y majestuoso, su cuerpo de armoniosas proporciones se
mostraba fuerte para la guerra; su piel color canela tenía una cierta palidez,
resultado del riguroso ayuno que había realizado para purificar su cuerpo y su
alma y así implorar a los dioses justicia, bondad y sabiduría para gobernar a
su pueblo.
Marchaban al sin acompasado de los tambores, de los fotutos
y de los caracoles. Lentamente, se iban alejando de los cerros y del cercado de
los Zipas, para aproximarse a la espléndida laguna de Guatavita. Allí, con
alegres cantos, la muchedumbre se congregó para presenciar el magnífico
espectáculo.
El sacerdote del lugar, ataviado con sobrio ropaje y
multicolores plumas, impuso silencio a la población con un enérgico movimiento
de sus brazos extendidos. De piel cobriza y carnes magras por los prolongados
ayunos, el sacerdote era temido y reverenciado por el pueblo; era el mediador
entre los hombres y sus dioses, quien realizaba las ofrendas y rogativas y
quien curaba los males del cuerpo con sus rezos y la ayuda de plantas mágicas.
El futuro Zipa fue despojado de las ropas y su cuerpo untado
con trementina, sustancia pegajosa, para que se fijara el oro en polvo con que
lo recubrían constantemente.
No se escuchaba un solo sonido; era tal la solemnidad del
momento, que sólo se oía el croar de las ranas, animales sagrados para ellos,
los gorjeos de los pájaros y el veloz correr de los venados.
El Dorado Leyenda colombianaEl ungido parecía una estatua de
oro: su espléndido cuerpo cuidadosamente cubierto con el noble metal, despedía
reflejos al ser tocado por los rayos del sol. Cuando hubo terminado el
recubrimiento, subió con los principales de la corte sobre una gran balsa oval,
hecha íntegramente en oro por los orfebres de Guatavita.
La balsa se deslizó suavemente hacia el centro de la laguna.
Fue allí cuando, después de invocar a la diosa de las aguas y a los dioses
protectores, el heredero se zambulló en las profundidades; pasaron unos
segundos en los que solamente se veían los círculos del agua donde se había
hundido; todo el pueblo contuvo la respiración, el tiempo pareció detenerse;
por fin, emergió triunfal y solemne el nuevo monarca; el baño ritual lo
consagraba como cacique.
Gritos de júbilo y cantos acompañaron su aparición y uno a
uno, los súbditos arrojaron sus ofrendas a la laguna: figuras de oro, pulseras,
coronas, collares, alfileres, pectorales, vasijas huecas con formas humanas,
llenas de esmeraldas; cántaros y jarras de barro. El cacique, a su vez, junto
con su séquito, realizó abundantes ofrecimientos de los mismos materiales, pero
en mayor cantidad.
La balsa retornó a la orilla en medio del clamor general.
Tenían ahora un nuevo cacique, quien debería gobernar según las sabias normas
del legendario antecesor y legislador Nemequene, basadas en el amor y la
destreza en el trabajo y las artesanías, en el valor y el honor durante la
guerra; en la honradez, la justicia y la disciplina.
Se iniciaron competencias de juegos y carreras; el ganador
era premiado con hermosas mantas. Se cantó y se bailó durante tres días seguidos,
que eran los consagrados a la celebración. Los sones de los tambores y pitos
retumbaban en las montañas y centenares de indígenas seguían el ritmo en danzas
tranquilas y acompasadas, o frenéticas y alocadas.
Pasados los días de los festejos, de la bebida y de la
comida abundante, retornó el pueblo a sus actividades cotidianas: los
agricultores a continuar vigilando y cuidando sus labranzas; los artesanos del
oro, a las labores de orfebrería; los alfareros, a la confección de ollas y
vasijas, después de buscar el barro adecuado en vetas especiales; otros a la
explotación de las minas de sal y de esmeraldas; y la mayoría al comercio, pues
era ésta su actividad principal. Las mujeres al cuidado de los hijos, a recoger
la cosecha, a cocinar, a hilar y a tejer.
Así, en este orden y placidez transcurrirían los días, hasta
que una guerra, una enfermedad o la vejez, los privara de su monarca y fuera
necesario realizar de nuevo la ceremonia del Dorado para ungir un nuevo
cacique. Este debería continuar gobernando con prudencia y sabiduría al pueblo
y su fértil y verde país, rodeado de hermosa vegetación y de cristalinas
corrientes de agua.
EL GUARDON
Las apariciones de este macabro espectáculo en la mayoría de
las veces conmueve, no sólo por creer que en realidad llevan al difunto por ir
los familiares acompañándolo, sino por el murmullo coral del rezo del Rosario y
el Réquien por su alma.
Hace muchícimos años vivía un hombre muy avaro, incivil,
terco y malgeniado, que no le gustaba hacer obras de caridad, ni se compadecía
de las desgracias de su prójimo. Los pobres del campo acudían a él a implorar
ayuda para sepultar a algún vecino, pero contestaba que él no tenía obligación
con nadie y que tampoco iba a cargar un mortecino. Que les advertía, que cuando
él se muriese, lo echaran al río o lo botaran a un zanjón donde los gallinazos
cargaran con él.
Por fin se murió el desalmado, solo y sin consuelo de una
oración. Los vecinos que eran de buen corazón, se reunieron y aportaron los
gastos del entierro. Construyeron la camilla y cuando lo fueron a levantar casi
no pueden por el peso tan extremado. Convinieron en hacer relevos cada cuadra,
a fin de no fatigarse durante el largo camino al pueblo. Al pasar el puente de
madera, sobre el río, su peso aumentó considerablemente, se les zafó de las
manos y el golpe sobre la madera fue tan fuerte que partió el puente y el
muerto cayó a las enfurecidas aguas que se lo tragaron en un instante.
Al momento los hombres acompañantes bajaron a la corriente y
buscaron detenidamente pero no lo hallaron ni a él ni al andamio. Lo que sí ha
quedado por el mundo es su aparición fantasmagórica que atormenta a los vivos,
haciendo estremecer al más valiente con el ruido de los lazos sobre la madera
en un continuo y rechinante "chiqui, chiqui, chiquicha...".
Sus apariciones más seguras se verifican en la víspera de
los difuntos, o sea en las fiestas de las Animas; en los lugares aledaños a los
cementerios, causando gran pavor a la tétrica procesión, portando sus
acompañantes coronas, cirios y rezando en voz alta: de vez en cuando se oye una
voz cavernosa e imperativa que dice: "meta el hombro compañero... ".
EL HOMBRE CAIMAN
Sí, mi amigo. Esta historia empezó aquí mismo. Y el que es
hoy el hombre caimán se sentaba allí, donde está usted ahora dispuesto a
tomarse un vaso de ron, un queso y por último, su plato de arroz con coco.
Miraba siempre hacia la orilla opuesta del río y cuando
adivinaba la presencia de alguien al otro lado, apuraba su arroz y desaparecía
en el agua. ¿Que por qué hacía todo esto? No se desespere, amigo, termine de
tomarse su ron y escuche, que este cuento apenas lo empiezo.
Es una historia de amor, como todas, con la diferencia que
el hombre salió mejor librado que cualquiera, a pesar de todas las
adversidades. Así que si va a pedir otro trago, hágalo de una vez, que yo aquí
empiezo mi relato y no paro hasta el final.
Un hombre, alegre y despreocupado, viajaba continuamente de
Pinillos a Magangué vendiendo toda suerte de alimentos y frutas hermosas. A
grandes voces y en medio del jugueteo entre él y las gentes de por aquí, el
hombre divertía a todos con sus historias absurdas de cómo adquiría los productos,
hasta el punto de convencer a los compradores de que lo que se llevaban eran
objetos maravillosos.
Una tarde, mientras anunciaba a gritos la venta de unas
naranjas que, según él, poseían las esencias del amor eterno, descubrió para su
fortuna la presencia de una bella mulata con el pelo recién enjuagado que
caminaba despreocupada. El hombre entabló conversación con la muchacha y
rápidamente, ambos se vieron profundamente atraídos.
Ella se llamaba Roque Lina y era la hija de un severo e
inabordable comerciante de arroz. Sus hermanos, que jugaban el secreto papel de
vigilantes de los pasos de la muchacha, al darse cuenta de que Roque Lina era
atraída cada vez más por las frases pomposas del hombre, dieron la voz de
alarma a su padre.
Así pues, amigo, cuando el hombre apareció como de costumbre
con sus alaridos y sus productos de otro mundo y se precipitó feliz a saludar
con canciones a su querida Roque Lina, se encontró frente a la presencia poco
amable de su imposible suegro. “Aquí el que vende soy yo”, le dijo tajantemente
el padre. “Y mi hija no es arroz. Así que puede irse con su música a otra
parte, antes de que tengamos problemas. ¡O yo no sé!”. Y sin agregar una
palabra más, tomó a Roque Lina del brazo y la arrastró con él.
Fue desde ese momento cuando el hombre empezó a venir todos
los días a esta tienda, a pedir el mismo ron, el mismo queso y el mismo arroz
con coco y a mirar hacia el río. ¿Por qué? Rápidamente lo fui entendiendo: aquí
los hombres se bañan en esta orilla. Hacia la mitad de la corriente hay un
remolino y al otro lado se bañan las mujeres. Asimismo, aquí la gente va a la
necesidad en el agua y se cobra un centavo por todo. ¿Qué pasaba? Pues nada más
que el hombre se había puesto de acuerdo con Roque Lina para que cuando ella fuera
a bañarse, él atravesara el río a nado y fuera a visitarla.
Usted estará preguntando cómo haría el hombre para atravesar
aquel remolino, que a primera vista se adivina no apto para seres humanos. Pues
aquí es donde reside el secreto de la historia. El hombre terminaba de comerse
el arroz, se metía al agua y poco a poco, su cuerpo se iba corrugando, sus
brazos se encogían en pequeñas patitas, sus piernas se unían en una agitada
cola y cada uno de los granitos de arroz que se había comido se iban transformando
en una hilera de dientes filudísimos, hasta quedar convertido en un expertísimo
caimán nadador.
Así el hombre caimán atravesaba ágilmente el remolino y
luego de violentos chapoteos, lograba llegar hasta donde Roque Lina, quien
ansiosa lo esperaba para ir a descubrir con él las profundidades secretas del
río. El hombre venía aquí a diario, bebía y comía su eterna ración y se lanzaba
en su viaje reptil donde su amada Roque Lina. Esta visita permanente fue
poniendo alerta a todos los pescadores de la zona.
Una mañana, uno de los hermanos de Roque Lina alcanzó a
percibir la cola desenfrenada del hombre caimán rompiendo el remolino y de
inmediato dio la voz de alarma. Todos los pescadores de Magangué se dieron a la
caza del caimán. Pero cualquier esfuerzo era inútil. Mientras más obstinados
eran los hombres tratando de aniquilar al animal, más ágil se volvía el hombre
para llegar hasta la orilla de Roque Lina.
Tómese el otro roncito, amigo, que esta historia ya se
precipita a su final y tiene que prepararse para lo que sigue. ¿Me va
siguiendo….?
El papá de Roque Lina, hombre ostentoso y sediento de
fabricarse su propio orgullo, ubicó con exactitud el sitio por donde el caimán
solía nadar y organizó un cerco para atraparlo.
Una mañana, un buen número de pescadores navegaron
afanosamente por estos parajes, buscando sin descanso al caimán, comandados por
el padre de Roque Lina. Mientras esto sucedía, el hombre de nuestra historia,
sentado allí donde usted está, terminó su ron, su queso y su arroz y se fue de
aquí. ¿Hacia dónde iba si todos lo buscaban? Luego lo supe: el muy vivo se echó
al agua mientras todos estaban en su búsqueda, nadó agitadamente hasta el barco
del papá de Roque Lina y de una, se devoró todo el arroz que encontró. Acto
seguido, buscó a su amada que dormitaba en el muelle. Suavemente la acomodó
sobre su espalda y sin despertarla, se alejó con Roque Lina en silencio.
Nunca volvió a saberse de ellos. Pero, desde ese día, todos
los hombres de por aquí esconden temprano a sus mujeres y se apuran a comerse
todo el arroz que tengan en la olla, antes de que el hombre caimán venga y haga
desaparecer mujer y granos.
EL MOHAN
Los pescadores lo califican de travieso, andariego,
aventurero, brujo y libertino. Se quejan de hacerles zozobrar sus
embarcaciones, de raptarles los mejores bogas, de robarles las carnadas y los
anzuelos; dicen que les enreda las redes de pescar, les ahuyenta los peces,
castiga a los hombres que no oyen misa y trabajan en día de precepto, llevándoselos
a las insondables cavernas que posee en el fondo de los grandes ríos.
Las lavanderas le dicen monstruo, enamorado, perseguidor de
muchachas, músico, hipnotizador, embaucador y feroz. Cuentan y no acaban las
hazañas más irreales y fabulosas.
Sobre su aspecto físico, varían las opiniones según el lugar
donde habita. En la región del sur del Magdalena, comprendida entre los ríos
Patá y Saldaña, con quebradas, moyas y lagunas de Natagaima, Prado y Coyaima,
hasta la confluencia del Hilarco, como límite con Purificación, los ribereños
le tienen un pánico atroz por que se les presenta como una fiera negra, de ojos
centelleantes, traicionero y receloso.
Siempre que lo veían, su fantasmal aparición era indicio de
males mayores como inundaciones, terremotos, pestes, etc. Poseía un palacio
subterráneo, tapizado todo de oro, donde acumulaba muchas piedras preciosas y
abundantes tesoros; hacía las veces de centinela, por eso no quedaba tiempo
para enamorar.
En la región central del Magdalena, desde Hilarco, en
Purificación, hasta Guataquicito en Coello, los episodios eran diferentes. Allí
se les presentaba como un hombre gigantesco, de ojos vivaces tendiendo a
rojizos, boca grande, de donde asomaban unos dientes de oro desiguale;
cabellera abundante de color candela y barba larga del mismo color. Con las
muchachas era enamoradizo, juguetón, bastante sociable, muy obsequioso y
serenatero.
Perseguía mucho a las lavanderas de aquellos puertos, como
en la Jabonera, la Rumbosa, el Cachimbo, Etc. A la manera de un hombre rico,
con muchos anillos, que al enamorarse de la muchacha más linda de la ribera, la
llevaba a la cueva subterránea donde tenía otras mujeres con quienes jugaba y
sacaba a la playa en noches de luna. Muchos pescadores aseguran que oían sus risotadas
y griterías.
Bogas, pescadores y lavanderas lo vieron infinidad de veces
en la playa pescando, cocinando, peinándose; o bajar en una balsa, bien parado,
por "la madre del río" tocando guitarra o flauta.
Entre Guataquicito y Honda las versiones son distintas: allí
era muy sociable. Se presentaba a veces como un hombre pequeño, musculoso, de
ojos vivaces; entablaba charla con los bogas, salía al mercado a hacer compras,
solía parrandear con los mercaderes, pero luego desaparecía sin dejar huella.
En guamo, Méndez, Chimbimbe, Mojabobos, Bocas de Río Recio, Caracolí y
Arrancaplumas lo vieron arreglando atarrayas, fumando tabaco, cantando y
tocando tiple. En noches de tempestad lo han visto pescando y riendo a
carcajadas.
Algunos ribereños aseguran que existe la Mohana, pero no
como consorte del Mohán, sino como personaje independiente. Comentan que ésta
no es feroz, ni les hace travesura en los ríos; lo único que le atribuyen es
que se rapta a los hombres hermosos para llevarlos a vivir con ella en una
cueva tenebrosa.
EL SILBON
El Silbón se presenta a los borrachos en forma sombrío.
Otros llaneros le dan forma de hombre alto, flaco. usa sombrero y ataca a los
hombres parranderos y borrachos, a los cuales chupa el ombligo para tomarles el
aguardiente.
La tradición explica que al llegar el silbón a una casa en
las horas nocturnas, descarga el saco y cuenta un a uno los huesos; si no hay
quien pueda escucharlo, un miembro de la familia muere al amanecer.
Otra versión dice que fue un hijo que mato a su padre para
comerle sus "asaduras". El muchacho fue criado toñeco (mimado), no
respetaba a nadie. Un día le dijo a su padre que queria comer visceras de
venado. Su padre se fue de caceria para complacerlo pero tardaba en regresar.
En vista de esto el muchacho se fue a buscarlo y al ver que no traia nada, no
habia podido cazar el venado, lo mato, le saco las visceras y se las llevo a su
madre para que las cocinara. Como no se hablandaban, la madre sospechó que eran
las "asaduras" de su marido. preguntándole al muchacho, quien confesó
la verdad.
De inmediato lo maldijo "pa to la vida". Su
hermano Juan lo persiguio con un "mandador", le sonó una tapara de
ají y le azuzó el perro "tureco" que hasta el fin del mundo lo
persigue y le muerde los talones.
EL SOMBRERON
El anciano se le encontraba en las orillas del camino y
aunque ya murió, la gente sigue sintiendo su presencia. Físicamente se le
describe como un hombre maduro, con un sombrero grande, bien vestido, de rostro
sombrío y en actitud de observación permanente. Las personas que lo han visto
aseguran que lo acompañan dos enormes perros negros cogidos por gruesas
cadenas.
Los trasnochadores que lo han visto o a quienes se les ha
presentado, dicen ver la figura que les sale al camino, los hace correr y les
va gritando "SI TE ALCANZO TE LO PONGO", siempre persigue a los
borrachos, a los peleadores, a los trasnochadores y los jugadores tramposos y
empedernidos. Aprovecha los sitios solitarios. En noches de luna es fácil
confundirlo con las sombras que proyectan las ramas y los arbustos. Llega
siempre de noche a todo galope, acompañado de un fuerte viento helado y
desaparece rápidamente.
Fue famoso en Medellín en 1837, cuando recorría todas las
calles. Aparecía cuatro o cinco viernes seguidos, volvía a aparecer uno o dos
meses después. Parece que fuera el sombrerón, el espanto propio de
Medellín".
Hay crónicas también de sus andanzas por pueblos del
suroeste como Andes, Bolívar y Jardín y por los poblados a orillas de los ríos
San Juan y Baudó. En otras regiones colombianas como el Tolima, el Huila y al
oriente del Valle del Cauca, se le denomina como El Jinete Negro y se le
describe en forma muy similar a como se ha descrito aquí.
Por el suroeste antioqueño, lo mencionan también como
"El Jinete sin Zamarros", y se le describe con ligeras variantes. Le
atribuyen distintas formas de presentación, la más frecuente de las cuales es
la de un hombre alto y corpulento, enlutado, que termina en una calavera,
ornada con un negro sombrero de anchas alas.
JUAN MACHETE
El diablo le dijo a Juan que agarrara un sapo y una gallina,
a los cuales debería coserle los ojos y enterrarlos vivos un Viernes Santo a
las doce de la noche, en un lugar apartado, luego debería invocar el alma y el
corazón. Juan cumplió con lo encomendado. Pasando varios días, el hombre se dió
cuenta que los negocios prosperaban.
Una madrugada se levantó temprano, y al ensillar su caballo
divisó un imponente toro negro, con los cuatro cascos y los dos cachos blancos.
Pasó este hecho desapercibido y se fué a trabajar como de costumbre.
En la tarde regresó de la faena y observó que el toro
todavía se encontraba merodeando la casa. Pensó "será de algún
vecino". Al otro día lo despertó el alboroto causado por los animales, se
imaginó que la causa podía ser el toro negro. Trató de sacarlo de su
territorio, pero esto no fue posible porque ningún rejo aguanto.
Cansado y preocupado con el extraño incidente se acostó,
pero a las doce de la noche fue despertado por un imponente bramido. Al llegar
al potrero se dió cuenta que miles de reces pastaban de un lado a otro. Su
riqueza aumentó cada vez más. Dice la leyenda durante muchos años fue el hombre
más rico de la región.
Hasta que un día misteriosamente empezó a desaparecer el
ganado y a disminuir su fortuna hasta quedar en la miseria. Se dice que Juan
Machete después de cumplir su pacto con el diablo, arrepentido enterró la pata
que le quedaba y desapareció en las entrañas de la selva.
Cuenta la leyenda que en las tierras de la marraneras
deambula un hombre vomitando fuego e impidiendo que se desentierre el dinero de
Juan Machete.
LA CANDILEJA
Según cuentan hace muchísimos años había una anciana que
tenia dos nietos a quienes consentía demasiado, tolerándoles hasta las más
extrañas ocurrencias, groserías y desenfrenos. Las infantiles ocurrencias
llegaron hasta exigirle a la viejita que hiciera el papel de bestia de carga
para ensillarla y luego montarla entre los dos; la abuela accedió en el acto
para la felicidad de sus dos nietos, quienes anduvieron por toda la casa como
sobre el más manso cuadrúpedo. Cuando murió la anciana, San Pedro la recriminó
por la falta de rigidez en la educación de sus dos pimpollos y la condenó a
purgar sus penas en este mundo entre tres llamaradas de candela que significan:
el cuerpo de la anciana y el de los dos nietos.
LA LLORONA
Quienes le han visto dicen que es una mujer revuelta y
enlodada, ojos rojizos, vestidos sucios y deshilachados. Lleva entre sus brazos
un bultico como de niño recién nacido. No hace mal a la gente, pero causan
terror sus quejas y alaridos gritando a su hijo.
Las apariciones se verifican en lugares solitarios, desde
las ocho de la noche, hasta las cinco de la mañana. Sus sitios preferidos son
las quebradas, lagunas y charcos profundos, donde se oye el chapaleo y los ayes
lastimeros. Se les aparece a los hombres infieles, a los perversos, a los
borrachos, a los jugadores y en fin, a todo ser que ande urdiendo maldades.
Dice la tradición que la llorona reclama de las personas
ayuda para cargar al niño; al recibirlo se libra del castigo convirtiéndose en
la llorona la persona que lo ha recibido. Otras eversiones dicen que es el
espíritu de una mujer que mató por celos a la mamá y prendió fuego a la casa
con su progenitora dentro, recibiendo de ésta, en el momento de agonizar la
maldición que la condenara: "Andarás sin Dios y sin santa María,
persiguiendo a los hombres por los caminos del llano".
Durante la guerra civil, se estableció en la Villa de las
Palmas o Purificación, un Comando General, donde concentraban gentes de
distintas partes del país.
Uno de sus capitanes, de conducta poco recomendable y que
encontraba en la guerra una aventura divertida para desahogar su pasado
luctuoso de asalto y crimen, se instaló con su esposa en esta villa, que al
poco tiempo abandonó para seguir en la lucha.
Su afligida y asiendonada mujer se dedicó a la modistería
para no morir de hambre mientras su marido volvía y terminaba la guerra.
Al correr del tiempo las gentes hicieron circular la noticia
de la muerte del capitán y la pobre señora guardó luto riguroso hasta que se le
presentó un soldado que formaba parte del batallón de reclutas que venían de la
capital hacia el sur, pero que por circunstancias especiales, debía demorar en
aquella localidad algunas semanas.
La viuda convencida de las aseveraciones sobre la muerte de
su marido, creyó encontrar en aquel nuevo amor un lenitivo para su pena, aceptó
al joven e intimó con él.
Los días de locura pasional pasaron veloces y nuevamente la
costurera quedó saboreando el abandono, la soledad, la pobreza y sorbiéndose
las lágrimas por la ausencia de su amado.
Aquella aventurera dejó huellas imborrables en la atribulada
mujer, porque a los pocos días sintió palpitar en sus entrañas el fruto de su
amor.
El tiempo transcurría sin tener noticias de su amado. La
añoranza se tornaba tierna al comprobar que se cumplían las nueve lunas de su
gestación.
Un batallón de combatientes regresaba del sur el mismo día
que la costurera daba a luz un niño flacuchento y pálido. Aquel cartucho
silencioso y pobre se alegró con el llanto del pequeñín.
Al atardecer de aquel mismo día, llegó corriendo a su casa
una vecina amiga, a informarle que su esposo el capitán, no había muerto,
porque sin temor a equivocarse, lo acababa de ver entre el cuerpo de tropa que
arribaba al campamento.
En tan importuno momento, esa noticia era como para
desfallecer, no por el caso que pocas horas antes había soportado, como por el
agotamiento físico en que se encontraba. Miles de pensamientos fluían a su
mente febril. Se levanto decidida de su cama. Se colocó un ropón deshilachado,
sobre sus hombros, cogió al recién nacido, lo abrigó bien, le agarró
fuertemente contra su pecho creyendo que se lo arrebatarían y sin cerrar la
puerta abandonó la choza, corriendo con dificultad. Se encaminó por el sendero
oscuro bordeado de arbusto y protegida por el manto negro de la noche.
Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer, seguía corriendo,
los nubarrones eran más densos, la tempestad se desato con más furia. La luz de
los relámpagos le iluminaba el camino. La naturaleza sacudía con estertores de
muerte. La demente lloraba. Los arroyos crecieron, se desbordaron. Al terminar
la vereda encontró el primer riachuelo, pero ya la mujer no veía. Penetró a la
corriente impetuosa que la arrolló rápidamente. Las aguas bramaron. En sus
estrepitosos rugidos parecía percibirse el lamento de una mujer.
LA MADRE AGUA
Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos
de los grandes ríos, quebradas y lagunas, que los niños predispuestos al
embrujo de la madre de agua, siempre sueñan o deliran con una niña bella y
rubia que los llama y los invita a una paraje tapizado de flores y un palacio
con muchas escalinatas, adornado con oro y piedras preciosas.
En la época de la Conquista, en que la ambición de los
colonizadores no solo consistía en fundar poblaciones sino en descubrir y
someter tribus indígenas para apoderarse de sus riquezas, salió de Santa Fe una
expedición rumbo al río Magdalena. Los indios guías descubrieron un poblado,
cuyo cacique era una joven fornido, hermoso, arrogante y valiente, a quien los
soldados capturaron con malos tratos y luego fue conducido ante el
conquistador. Este lo abrumó a preguntas que el indio se negó a contestar, no
sólo por no entender español, sino por la ira que lo devoraba.
El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el
comportamiento del nativo ordenó amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde
guardaba las riquezas de su tribu, mientras tanto iría a preparar una correría
por los alrededores del sector. La hija del avaro castellano estaba observando
desde las ventanas de sus habitaciones con ojos de admiración y amor
contemplando a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.
Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al
verdugo para que cesara el cruel tormento y lo pusieran en libertad. Esa
súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado porque conocía
perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de su superior,
más sin embargo no pudo negarse al ruego dulce y lastimero de esa niña
encantadora.
La joven española de unos quince años, de ojos azules,
ostentaba una larga cabellera dorada, que más parecía una capa de artiseda
amarilla por la finura de su pelo. La bella dama miraba ansiosamente al joven
cacique, fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar semisalvaje.
Cuando quedó libre, ella se acercó. Con dulzura de mujer
enamorada lo atrajo y se fue a acompañarlo por el sendero, iternándose entre la
espesura del bosque. El aturdido indio no entendía aquel trato, al verla tan
cerca, él se miro en sus ojos, azules como el cielo que los cobijaba,
tranquilos como el agua de sus pocetas, puros como la florecillas de su huerta.
Ya lejos de las miradas de su padre lo detuvo y allí lo besó
apacionadamente. Conmovida y animosa le manifestó su afecto diciéndole:
!Huyamos!, llévame contigo, quiero ser tuya.
El lastimado mancebo atraído por la belleza angelical, rara
entre su raza, accedió, la alzó intrépido, corrió, cruzo el río con su amorosa
carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo suyo, quien la acogió
fraternalmente, le suministro materiales para la construcción de su choza y les
proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos. La llegada del
primogénito les ocasionó más alegría.
Una india vecina, conocedora del secreto de la joven pareja
y sintiéndose desdeñada por el indio, optó por vengarse: escapó a la fortaleza
a informar al conquistador el paradero de su hija. Excitado y violento el
capitán, corrió al sitio indicado por la envidiosa mujer a desfogar su ira como
veneno mortal. Ordenó a los soldados amarrarlos al tronco de un caracolí de la
orilla del río. Entretanto, el niño le era arrebatado brutalmente de los brazos
de su tierna madre.
El abuelo le decía al pequeñín: "morirás indio inmundo,
no quiero descendientes que manchen mi nobleza, tu no eres de mi estirpe,
furioso se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a la corriente, ante
las miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes hacían esfuerzos
sobrehumanos de soltarse y lanzarse al caudal inmenso a rescatar a su hijo,
pero todo fue inútil.
Vino luego el martirio del conquistador para atormentar a su
hija, humillarla y llevarla sumisa a la fortaleza. El indio fue decapitado ante
su joven consorte quien gritaba lastimeramente. Por último la dejaron libre a
ella, pero, enloquecida y desesperada por la pérdida de sus dos amores,
llamando a su hijo, se lanzo a la corriente y se ahogó.
La leyenda cuenta que en las noches tranquilas y estrelladas
se oye una canción de arrullo tierna y delicada, tal parece que surgiera de las
aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre las espumas del cristal.
La linda rubia que sigue buscando a su querido hijo por los
siglos de los siglos, es la MADRE DEL AGUA. La diosa o divinidad de las aguas;
o el alma atormentada de aquella madre que no ha logrado encontrar el fruto de
su amor.
Por eso, cuando la desesperación llega hasta el extremo, la
iracunda diosa sube hasta la fuente de su poderío, hace temblar las montañas,
se enlodan las corrientes tornándolas putrefactas y ocasionando pústulas a
quienes se bañen en aquellas aguas envenenadas.
LA MUELONA
Las horas preferidas para salir a los caminos son: de las
seis de la tarde a las nueve de la noche. A los caminantes se les aparece a la
orilla del sendero o contra los troncos de los árboles añosos, a manera de una
mujer muy atractiva y seductora, pero que al estar unidos en estrecho abrazo,
los tritura ferozmente.
Casi siempre persigue a los jugadores empedernidos, a los
infieles, alcohólicos, perversos y adúlteros. Los campesinos dicen que los
hogares que se libran de ella, son los que tienen niños recién nacidos o
mujeres que van a ser madres.
Cuentan los cronistas que en la época de la Colonia se
diseminaron por el país las mujeres españolas, que aunque muchas eran buenas,
el resto era de pésimos antecedentes. Algunas de estilo gitano eran perversas,
corruptoras que ocasionaron perjuicios lamentables a familias modestas,
engañando niñas inocentes y arruinando a hombres que poseían cuantiosas
fortunas.
Una de ellas, "la Maga" estableció su negocio
resolviendo consultas amorosas, arreglando, o mejor, desbaratando matrimonios,
echando el naipe, leyendo las líneas de la mano, en fin, todo lo que fueran
artimañas. Cuando conoció mucha gente y tenía mucha clientela, ensanchó el
negocio con una casa de diversión; allí conquistaba cándidas palomas y limpiaba
el bolsillo de altos representantes del rey de España, no dejando de lado
"los criollos" más adinerados.
La suma de atrocidades cometidas por la pérfida mujer fueron
incontables. Ella enseñó a las jóvenes a evitar la maternidad; cayó la ruina en
centenares de hogares; se agotaron ingentes fortunas y vino como consecuencia
la depravación, las enfermedades venéreas y esposas abandonadas.
Cuando murió la disoluta "maga", la casa se llenó
de un olor nauseabundo, hasta el punto de tener que abandonarla de inmediato.
Una de las mujeres preferidas por la muerta se arriesgó a
quedarse aquella noche para recoger algunos utensilio, trajes y joyas. Apenas
apagó la bujía para acostarse, una bandada de vampiros invadió la estancia y
una voz cavernosa se oyó en el dormitorio: "...tengo que vengarme de los
hombres jugadores y perniciosos! malditos!, !de las mujeres livianas y
descocadas! !estarán conmigo en el infierno!,! soy la muelona!..."
La indefensa mujer no podía prender el candil porque el
aleteo de los quirópteros apagaban la yesca, a la vez que le azotaban la cara.
Ya desesperada y horrorizada salió gateando a la calle para contar alarmada lo
que acababa de presenciar.
Las autoridades tuvieron que prender fuego a la casa maldita
para dar paz y tranquilidad a los vecinos quienes vivían inquietos y
mortificados con aquella casa de escándalos y vicios.
LA PATA SOLA
En otras ocasiones, oyen los lamentos de una mujer
extraviada; la gritan para auxiliarla, pero los quejidos van tornándose más
lastimeros a medida que avanza hacia la víctima y cuando ya está muy cerca, se
convierte en una fiera que se lanza sobre la persona, le chupa la sangre y
termina triturándola con sus agudos colmillos.
La defensa de cualquier persona que la vea, consiste en
rodearse de animales domésticos, aunque advierten que le superan los perros,
calificándolos a todos como animales "benditos".
Se dice que este personaje fue inventado por los hombres
celosos para asustar a sus esposas infieles, infundirles terror y al mismo
tiempo, reconocer las bondades de la selva. Cuentan que en cierta región del
Tolima Grande, un arrendatario tenía como esposa una mujer muy linda y en ella
tuvo tres hijos.
El dueño de la hacienda deseaba conseguirse una consorte y
llamó a uno de los vaqueros de más confianza para decirle: "...vete a la
quebrada y escoje entre las lavanderas la mejor; luego me dices quién es y cómo
es...". El hombre se fue, las observó a todas detenidamente, al instante
distinguió a la esposa de un vaquero compañero y amigo, que fuera de ser la más
joven, era la más hermosa. El vaquero regresó a darle al patrón la filiación y
demás datos sobre la mejor.
Cuando llegó el tiempo de las "vaquerías", el
esposo de la bella relató al vaquero emisario sus tristezas, se quejó de su
esposa, pues la notaba fría, menos cariñosa y ya no le arreglaba la ropa con la
misma asiduidad de antes; vivía de mal genio, era déspota desde hacía algunos
días hasta la fecha. Le confesó que le provocaba irse lejos, pero le daba pesar
con sus hijitos.
El vaquero sabedor del secreto, compadecido de la situación
de su amigo, le contó lo del patrón, advirtiendo no tener él ninguna
culpabilidad.
El entristecido y traicionado esposo le dio las gracias a su
compañero por su franqueza y se fue a cavilar a solas sobre el asunto y se
decía: "...si yo pudiera convencerme de que mi mujer me engaña con el
patrón, que me perdone Dios, porque no respondo de lo que suceda...".
Luego planeó una prueba y se dirigió a su vivienda. Allí le contó a su esposa
que se iba para el pueblo porque su patrón lo mandaba por la correspondencia;
que no regresaba esa noche. Se despidió de beso y acarició a sus hijos. A
galope tendido salió por diversos lugares para matar el tiempo. Llegó a la
cantina y apuró unos tragos de aguardiente. A eso de las nueve de la noche se
fue a pie por entre el monte y los deshechos a espiar a su mujer.
Serían ya como las diez de la noche, cuando la mujer, viendo
que el marido no llegaba, se fue para la hacienda en busca de su patrón. El
marido, cuando vio que la mujer se dirigía por el camino que va al hato, salió
del escondite, llegó a la casa, encontró a los niños dormidos y se acostó. Como
a la madrugada llegó la infiel muy tranquila y serena. El esposo le dijo: De
donde vienes?. Ella con desenfado le contestó: de lavar unas ropitas. De
noche???, corto el marido.
A los pocos días, el burlado esposo inventó un nuevo viaje.
Montó en su caballo, dio varias vueltas por un potrero y luego lo guardó en una
pesebrera vecina. Ya de noche, se vino a pie para esconderse en la platanera
que quedaba frente a su rancho. Esa noche la mujer no salió pero llegó el
patrón a visitarla. Cuando el rico hacendado llegó a la puerta, la mujer salió
a recibirlo y se arrojó en sus brazos besándolo y acariciándolo.
El enfurecido esposo que estaba viendo todo, brincó con la
peinilla en alto y sin dar tiempo al enamorado de librarse del lance, le cortó
la cabeza de un solo machetazo. La mujer, entre sorprendida y horrorizada quiso
salir huyendo, pero el energúmeno marido le asestó tremendo peinillazo al
cuadril que le bajo la pierna como si fuera la rama de un árbol. Ambos murieron
casi a la misma hora.Al vaquero le sentenciaron a cárcel, pero cuando salió al
poco tiempo, volvió por los tres muchachitos y le prendió fuego a la casa.
Las personas aseguran haberla visto saltando en una sola
pata, por sierras, cañadas y caminos, destilando sangre y lanzando gritos
lastimeros. Es el alma en pena de la mujer infiel que vaga por montes, valles y
llanuras, que deshonró a sus hijos y no supo respetar a su esposo.
LOS DUENDES
A las jovencitas que tienen novio y cuando éste está de
visita, las fastidian con órdenes o secretos malignos al oído, que hacen que el
pobre joven se indigne y termine el noviasgo. Si no esta presente el muchacho o
pretendiente, las perturban en la casa con órdenes y consejos, hasta que logran
que no se realice el matrimonio.
Durante el sueño, estos espíritus les ocasionan pesadillas,
las llaman a un lugar conocido, hasta que las tornan sonámbulas. Así han
encontrado varias vagando lejos de su residencia; van o vienen por determinado
sitio sin darse cuenta ellas de tal acto, hasta que alguno de la familia o
conocido la encuentra en estado de subconsciencia.
Son incontables los casos que se conocen, de familias y jóvenes
que han tenido que emigrar a sitios distantes para librarse de tan fastidiosa
persecución. No hay ciudad o pueblo, donde no se hayan conocido estos
desastrosos acontecimientos ocasionados por los duendes.
En una antigua hacienda, vivía un matrimonio con tres hijas
casaderas; todas tenían novio y con frecuencia hacían fiestas, que no eran más
que simples reuniones ejemplares donde primaban los juegos de salón o las
demostraciones artísticas acompañadas de algún instrumento.
Un sábado en que estaba revolucionada la casa con la llegada
de más invitados, en la cocina se alistaba la preparación de ricos manjares. La
servidumbre se sentía impresionada porque nada de lo que emprendían podían
realizarlo. Resolvieron llamar a la patrona para advertirle que no se podía
hacer nada, porque todo resultaba mal; que parecía que los diablos estuvieran
metidos allí, porque no podían realizar el oficio que les habían asignado. La
señora con las tres hijas se alarmaron más, porque a ellas, en las habitaciones
interiores les sucedía iguales cosas.
Cuando la señora entró sola al salón, escuchó una voz tras
de la puerta que decía: "...no se afane que los invitados no vendrán. Hoy
están de honras fúnebres...". Al escuchar esto lanzó un grito la pobre
señora, pero la voz se dejó oír de nuevo: "...no se asuste, agradézcame el
aviso...".
La dama no pudo más. Llamó a sus tres hijas para contarles
lo sucedido y para que le ayudaran a pensar cómo remediaban lo acontecido.
Estaban en conjeturas, cuando llegó un peón trayendo la misma noticia que había
suministrado el duende.
Apenas llegó el esposo lo puso al corriente de los
misteriosos sucesos, manifestándole mudarse inmediatamente para el pueblo.
El trasteo se efectuó en la semana siguiente y cuando la
dueña estaba sola desempacando baúles y petacas, escuchó tras de la puerta la
misma voz que le decía: "...en que le puedo servir?. Sabe usted... me vine
entre los tremotiles del viaje...". La señora asustada le pregunto:
"eres un bicho, un alma en pena o que eres?". La respuesta no se dejó
esperar: "...soy tu amigo, tu fiel compañero y servidor...".
Así un día y otro día seguía el duende atormentando a la
dama, ocasionándole un nerviosismo desesperado. Tan pronto el esposo llegó del
campo, manifestó su deseo de trasladar toda la familia a la capital del país.
El esposo algo contrariado porque este viaje le ocasionaba pérdidas en sus
negocios, ante la apremiante situación de intranquilidad y desasosiego tuvo que
acceder. Vendieron ambas posesiones y se marcharon.
Cuentan que cuando la dama esta distribuyendo los muebles y
demás enseres del equipaje, la voz volvió a atormentarla en una forma tan
pertinaz que ya no tuvo alientos de luchar y enfermó.
Las hijas alarmadas llamaron al cura de la parroquia para
que fuera a bendecir la casa y hacer exorcismos. Dicen que fue la única forma
de librarse de los tormentos del duende.
LA MADRE VIEJA
Cuenta también la tradición primitivo-popular de Arauca que
en el preciso momento que la serpiente se remueva invirtiendo su posición, es
decir, cuando su enorme cabeza ocupe el lugar que tenía la cola, se produce el
hundimiento de la Iglesia de Santa Bárbara de Arauca. Para sacar la serpiente,
hay que tirarle un Viernes Santo un ramal de anzuelos con siete niños sin
bautizo.
Es frecuente escuchar decir al hombre araucano, "el
forastero que bebe de las aguas de la madre vieja se queda para siempre en Arauca.
Tiene como razón destacar lo acogedora que es esta tierra".
MIRTHAYU
La dicha aumentó cuando la deslumbrante dama le entregó a
Tairón y a su tribu una tierna niña y las instrucciones precisas para criarla y
forjar su futuro. Los Taironas dedicaron toda su atención y esmero a la crianza
de esta hermosa criatura y por nombre le pusieron Mirthayú y la eligieron como
su única reina.
Mirthayú se convirtió en la adoración de los Michúes por su
belleza, personalidad y el amor que manifestaba hacia su tribu. Pero un día
llegó un gigante llamado Matambo, que se encargó de sembrar el terror en la
tribu de los Taironas. Ellos, ante aquella amenaza, recurrieron presurosos a su
reina y le suplicaron que interviniera ante el inminente peligro.
Mirthayú se enfrento al gigante y éste al verla quedo
hipnotizado por su belleza. Entonces, inclinó reverente su cabeza ante la reina
y le pidió disculpas por el atropello que estaba cometiendo contra los suyos.
Así todo volvió a quedar en paz armonía.
Entre Mirthayú y Matambo nació una amistad que después se
convirtió en amor. Juntos resolvieron viajar al macizo colombiano, guiados por
el hilo brillante formado por las aguas del rió Guacacalló, hasta llegar a su
nacimiento. Al regresar, el gigante tuvo que enfrentarse a la tribu de los
valientes Michúes, quienes se opusieron a que Matambo cruzara por sus predios.
Para evitar que algo le pasara a su amada, Matambo le pidió
que se alejara hacia los cerros del oriente para que desde allí observara su
triunfo o su derrota. Sin embargo, desde lejos, Mirthayú vio como miles de
Michúes atacaban a su amado. La pelea terminó cuando el gigante cayó
estruendosamente al suelo. Mirthayú desesperada intentó prestarle ayuda y le
pidió apoyo a su jefe Tairón, pero todo fue en vano.
La reina recurrió a los hechiceros para que le devolvieran
la vida a su amado, pero ellos nada pudieron hacer. Recorrió los senderos en
busca de auxilio y arrancó su rubia cabellera, el viento se la arrebató de las
manos y la esparció por la zona cercana dando origen a los farallones y altares
que hoy se observan al llegar al municipio de Gigante, en el Huila.
Mirthayú desfalleciente y de rodillas pidió protección a
Tairón y a sus dioses y cuando menos lo esperaba se aproximó una nube de
colores de la que descendió su madre. Ésta la tomó entre sus brazos, limpió sus
lágrimas y la acompañó en su llanto. Pero Mirthayú se desplomó sobre el suelo y
murió.
La reina pronto entregó su alma al creador del universo. La
cabeza de Mithayú quedó hacia el oriente, los pies sobre el río Guacacallo, la
mirada prolongada al infinito y los senos desnudos y desafiantes, como dos
pirámides enfrentadas al sol. Hoy, después de muchos años, Mirthayú y Matambo
están convertidos en dos enormes rocas encantadas, visibles desde la carretera
central del Huila. Ella con sus atractivos "senos de reina" y él con
la perfección de su perfil, ambos mirando hacia el cielo.